Día tras día, inamovible, como una ingente condena asisto al repliegue y despliegue de la muchedumbre que me asaetea con sus periplos de señas en sinnúmeros retiros estivales más saqueadores de oneroso efectivo que prometedores de paradisíaco elíseo.
De por medio del tumulto escuché los imperceptibles pasos de un rapsoda consignatario de la más sublime nostalgia tras el rastro de su numen la que redescubrirá a pies de un riachuelo ataviado con su cachucha de cola de mapache canturreando barcarolas del cancionero pueril de la magistral diva Rosa León.
A Dios gracias, en esta temporalidad también yo tracé milimétricamente alivios de asueto.