Me pregunto cómo debe de ser eso de mirar bien adentro de uno mismo sin evasivas ni paños calientes y no sentir unas irrefrenables ganas de vomitar o, mejor aún, cómo va eso de esparcir tus despreciables miserias tachando a todo aquel que no seas tú.
Quiero saber cómo se embarra y desprestigia la totalidad de la parte conveniente que desinteresadamente alguien te entrega valiéndote para ello de la milésima fracción del chasco de tu propia exigencia.
Me esfuerzo y no entiendo y me desespero y me doblego serenando tremenda apetencia de estampar la cabeza contra el suelo.
Y entonces, por momentos, me violenta una envidia insana por ser tan babieca incapaz de asimilar los preceptos del juego en el que todo vale sin que nada importe e, irremediablemente, el mundo se me queda cada vez más inmenso.