De manera concienzuda me concentro por mantener la respiración haciéndome el dormido para que nada me toque y autorizo a la cotidianidad a que prosiga sin mí hasta que sale por la puerta y tomo conciencia de las sábanas que me anquilosan contra el colchón, conciencia del aire seco que se cuela en mis pulmones, del sonido afilado en mis oídos, conciencia de que la vida es tan frágil que podría desvanecerse en cualquier momento y abro los ojos a la espera de la explosión que reviente con todo lo que veo y siento, con todo lo que soy.
A regañadientes me convenzo de que las cosas nadie las hará por mí, que tan solo es una noche al año.
Me embuto en mi majestuoso uniforme no sin antes maldecir una y mil veces a las emociones y lo que hay dentro de ellas.