En la frialdad de la doma de montar en cólera y del desquite de tremendo cabreo sin atisbo de inquietud en la firmeza, canalla de mí, agarro de muy malas maneras al caricato de Pegman y lo zarandeo, lo vapuleo, lo arrastro por los confines más apartados que ideo trazar para finalmente desampararlo a su fatalidad en calles mega amenazadoras.
La crueldad jamás conoció tal ponderación, sí, lo sé; pero mitiga mi entristecido desamparo saberlo perdido y, en el preferible de los casos, molturado a palos.