Querido Padre,
Cansado vuelvo a ti, tras años de evanescencia hoy piso de nuevo tu casa que la ventura dispuso como si de una broma se tratase de única entrada accesible la puerta del perdón; esa que lleva años atrancada y tan solo se entreabre los días feriados para que hagan acto de presencia la plana mayor.
Ahora aquí sentado, evoco un tiempo pasado en el que resguardaba mis huesos entre el silencio de estos muros siempre que la preocupación me violentaba, no tanto por tropezar con respuestas como por el sigilo que profesan los congregantes de aquende. Y evoco también un tiempo más pasado aún cuando los rezos mi voz de crío entonaban bajo la adusta instrucción de las religiosas preceptoras de aquellos preciados años.
Pero mi desencanto se cerciora que poco o nada ha cambiado. Las mismas caras en diferentes cuerpos golpeando sus pechos desde los primeros bancos reservados para los poderosos del pueblo en misa dominical de media mañana. Y no puedo evitar pensar que falto encuentro de tus enseñanzas en estos que dicen ser creyentes y misericordiosos atestando tus templos.
Se dilatará por años mi existencia antes de acudir de nuevo aquí, Padre, ya que ahí fuera las manos de quién te niegan me han enseñado la auténtica generosidad despojada de algún pellizco de interés; la humildad en mayúscula.
Qué extraña es la realidad para los impíos que nunca se está en paz con Dios.