agosto

Otro verano que se disipa sin pena ni gloria. Los primeros soplos del ábrego me convidan a este olor a tierra mojada que tanto me reconforta y, por fin, respiro tranquila.

Detesto tanto este solsticio del año, este mes, este día, que ya no sé discernir si es por lo que fueron o por lo que nunca volverán a ser. Quién sabe. La memoria es traidora y falsifica con demasiada eficacia lo que debió haber sido. Lo que sí es cierto que finalizando el día de hoy despido este estío con el mismo alivio de cada año.

Tampoco tengo nada claro el porqué y el para qué de este espacio, más aún cuando todavía he sido incapaz de idear mi lugar en este mundo. Pero después de mucho descuidarme y descuidar mis cosas, esto quiero hacerlo bien.

Mi única pretensión exteriorizar lo que acostumbro a acallar, a silenciar, a dar resguardo a los recuerdos que comienza a desdibujarse. Supongo que carentes de significación o atestados de ella, no sé, tampoco importa. Aún así, sin voluntad de torturar con mi verborrea. Es la última torpeza en la que me gustaría incurrir, incluso si lo que aquí anoto acaba teniendo como único lector a mi persona, a la futura persona que habite en mi lecho de muerte cuando se asome a estos jirones de mi alma convertidos en texto en busca de lo que fui y de lo que sentí.

Y eso es todo. Otro verano que se aleja sin pausa ni prisa.