Desde la cristalera de mi despacho se puede ver la máquina expendedora del ala sur del edificio y desde aquí te examino mientras tanto unos pasos atrás de mí alcahuetean acerca de como perdiste los papeles al sorprender a tu mujer en la cama con otro.
La máquina se traga la moneda sin dispensar el café que pareces necesitar. Te miro como descansas tus manos sobre el cristal de la condenada máquina conteniendo la compostura como acostumbras bajo ese aire educado. Respiras hondo. Al volverte me encuentras observándote desde las alturas y esperas encontrar cierta complicidad que nunca hemos tenido cuando nos cruzamos por los pasillos.
No aparto la mirada mientras bebo de mi taza el café humeante y te veo desaparacer por las escaleras como si ignoraras que tu vida es la comidilla de la oficina. Qué te jodan, murmullo entre dientes antes de volver a beber para regresar al trabajo.