Quiero llorar porque me da la gana» —F. G. Lorca
La inaugural quincena de curso escolar era excepcionalmente peculiar al resto del año. Despojarse por unas jornadas de un horrendo uniforme engalanado con un babi igualmente horrendo y clases solamente matinales era la mayor regalía que se concedía en un colegio de religiosas.
Ese año, cursaba el ciclo superior de la E.G.B. y junto con mis inseparables dispusimos no honrar con nuestra presencia al patio durante el horario del recreo. Entretanto, en el aula entrenábamos para unas posibles olimpiadas echando carreras sobre los pupitres dispuestos en fila de uno: mesa, mesa, mesa, mesa… gran salto al vacío, solemne aterrizaje en el suelo y aceleración final proclamándose vencedor quien antes tocara la pizarra. Las más insensatas, encarnando el más difícil todavía, se calzaban unas psicodélicas plataformas sustraída por una de nosotras a su madre e infiltradas en el recinto entre los enseres escolares —¡ay, divina juventud!—. Huelga decir que estaba terminantemente prohibido permanecer en el aula durante el descanso lectivo y, más todavía, hacer un uso delictivo de las instalaciones por lo que la sensatez se manifestó con el trascurrir de los primeros días sucediéndose así las deserciones y resistiendo como únicas asiduas dos inconscientes, entre ellas mi menda.
Un buen día, poniendo en práctica las doctrinas samaritanas aprendidas durante añadas de formación espiritual y ascética, reclutamos a una compañera algo marginada que, en contadas ocasiones, compartíamos algo más que trabajos extraescolares y alguna que otra tarde de catequesis: La niña poliespan. Hartas de carreritas, hallábame yo dando libertad a mi vena artística en la pizarra y mi inseparable, aposentada sobre el escritorio del maestro, observaba la destreza de la nueva aprendiza: mesa, mesa, gran salto al vacío, solemne aterrizaje en el suelo y… repentinamente se abre la puerta personándose ante nuestra incrédula mirada, nada más y nada menos, que nuestra queridísima excelente directora.
—¿Me pueden explicar qué están haciendo aquí en vez de encontrarse donde deben?
—Bueno… Hermana… —acierta a decir La niña poliespan a la vez que nos cuadramos ante la reciente incorporación en escena.
—¡Cállese! ¿Es posible que le acabe de ver por el ventanal correteando por encima de las mesas como una auténtica salvaje?
—¿Eh? —interpela una azorada niña poliespan buscando amparo en sus enmudecidas cómplices de fechorías.
—¿Ahora es usted sorda? No me obligue a repetir la pregunta.
—Pues verá Hermana… yo… nosotras… el caso es que…
—¡Déjelo! ¡No tengo todo el día! Hagan el favor de salir de aquí ipso facto y visto las pocas ganas que tienen las señoritas de disfrutar de su pausa disponible, las quiero mañana en mi despacho a esta misma hora para ver qué ocupación les damos. Les aconsejo que saquen provecho a los minutos que les quedan por hoy ya que van a ser los únicos con los que se contenten en todo este año.
Y ya le digo si fueron los únicos. Al día siguiente, las tres prendas comparecimos a la hora y en la ubicación convocadas donde nos aguardaba directora y castigo. Lo restante del curso designamos nuestro tiempo de recreo a transcribir la Biblia dispuesta cada una en ubicaciones aisladas que, diariamente, se nos indicaba comienzo y término del texto a copiar para precaver el dispersarnos, además de ejecutarlo sin erratas y de manera comprensible ya que cinco minutos antes de dar por finalizado el descanso, debíamos presenciarnos nuevamente ante ella quien revisaba minuciosamente cada labor y confrontaba mediante enrevesadas preguntas el entendimiento del mismo.
—¡No se puede empezar mejor, sí señor! Bueno, al menos no nos ha llamado “fariseos, sepulcros blanqueados” como acostumbra la muy hija de… de Dios. —pensé cuando me dispuse a abrir la libreta dedicada a mi nueva encomienda.
Ay Catilinaria qué recuerdos despiertan esta entrada de mis amadas monjas y la entrañable relación que mantuvimos… castigo, no acudo o, en el mejor de los casos, voy pero me piro cuando consideraba que llevaba un tiempo razonable, y vuelta a empezar, castigo…
Tu transcribiste la Biblia, a mi me tocó dibujar las escenas del nuevo testamento elegidas por la directora del colegio, provocándole toda su ira el hecho que siempre dibujaba a Jesucristo de espalda. Pues ea, oootro castigo.
Por cierto se me ha olvidado contarte lo peor… es que años más tarde la directora de mi colegio abandonó los hábitos… la muy hija de… dios.
Hace poco coincidí con ella y tenía toda la intención de saludarme, ¿te lo puedes creer?, la miré y algo, vete tú a saber qué, le disuadió de tal acto. ¡Amos hermana! Que todo quedó claro en nuestra despedida, en lo único que estuvimos de acuerdo, fue el mejor día para ambas.
A menudo la llamada de la isla de Lesbos es más pujante que la de nuestro Señor Dios Jesucristo para beneficio de la enseñanza, ¿no cree? Ahora, lo que no alcanzo a entender es el acobardamiento de la buena señora ante su dulce afable mirada en ese reencuentro, vamos, no doy crédito… Ains, querida mía, historias que forman el carácter y qué carácter ¡oiga!