dame besitos

Rozaba su consumación las vacaciones navideñas aquella mañana de recio biruji en la que encaminé por el recorrido consuetudinario de callejuelas mis pasos, los que me llevarían a reunirme con mis tres inseparables en el punto de encuentro acostumbrado. Siendo el punto de encuentro acostumbrado el hogar familiar de una de ellas.

Casi se podría decir que entre las paredes de aquella descomunal casona hemos forjado la sapiencia más valiosa de esta vida a lo largo de tardes de deberes y trabajos escolares, inagotables jornadas de esparcimiento, de brincos a la comba o al elástico, de ronda de cartas y dominó al calor del brasero de picón, de riñas por encumbrarse vencedor en cualquier juego reunido supeditado a esa norma no escrita de ‘mi casa, mis juegos, mis reglas’ y por ende el reglamento del juego en cuestión era aplicado o modificado arbitrariamente al beneficio de nuestra anfitriona, no muy ducha a perder.

Por aquel entonces, de modo temporal, una de las mercerías del pueblo aclimataba la cochera contigua a su local en una opulenta tienda de juguetes. La propietaria de ambos negocios no era otra que la prima de una de nosotras cuatro, que al estar desprovista de la escuela echaba una mano a custodiar dicho establecimiento durante el horario comercial entretanto su pariente atendía en la mercería y, únicamente, era requerida en caso de efectuarse alguna venta o elucidar alguna cuestión más técnica no solventada por la pipiola. Las otras tres, en un acto totalmente desinteresado y puramente de camaradería, la acompañábamos en todo momento en esa fascinante tarea de regentar aquel paraíso terrenal.

Cabe mencionar que a pesar de frisar la edad apta para hacer frente a la vigilancia del negocio referido asimismo ser conocedoras del misterio de cómo llegan los juguetes a casa, todavía atesorábamos esa ilusión por descubrir si nuestros encargos eran complacidos al despertar el día sexto del primer mes del año. Por lo que aquel espacio rebosante de cachivaches bajo la exclusiva supervisión de una de nosotras era más de lo que jamás habríamos podido codiciar. Teníamos al alcance de nuestra mano todo un amplío muestrario de los juguetes que durante algo más de dos meses nos embelesaban desde el televisor. Un recinto de incalculable estimación para inspeccionar, testear al dictamen de nuestra curiosidad.


manifiéstese a su antojo