Una de mis camaradas y quien este suceso narra, más propensas que nuestras dos congéneres a trastear y a enredar, teníamos explorado de cabo a rabo todo el bazar mas advertíamos cierta predilección por un objeto en particular de entre los muchos que se apilaban en los anaqueles. Además, en mi caso, debido a mi intrínseca destreza de fémina con pretensión de ser una futura afanosa mujer de su casa aunado a mi flemático desarrollo mental, tenía debilidad por un conjunto de planchado (plancha, tabla e, inclusive, una percha) de plástico en color rosa y azul de lo más rudimentario calificado para menores de cuatro años. Podría haberme pasado las horas y las horas desarrugando interminables cargas de prendas imaginarias al son del aria ‘lará larita plancho mi ropita’ de no ser porque aledaño a esta delicia se asentaba una muñeca parlanchina que al apretar su zarpa requería con un soniquete aniñado ‘dame besitos que me lo paso chupi’ y, cómo no, suscitó nuestra más traviesa atención.
No siendo nosotras dos muy profesas a las manifestaciones afectivas con concurrencia, nos vimos en la obligatoriedad de aleccionar a la muñeca parlanchina. Cada vez que accionábamos la demanda del besuqueo, mi compinche le propinaba en plena jeta unos sopapos con la percha de mi dilecto conjunto de planchado a la voz de ‘¿Besitos? ¿Quieres besitos? Pues toma besitos. ¡Paf, paf, paf!’ .
No era una actividad enriquecedora desde el punto de vista intelectual, ni desde ningún punto de vista, pero nos entretenía.
Así pues, aquella mañana de recio biruji vísperas de la cabalgata real, andábamos enfrascadas en nuestro disciplinario cometido cuando en una fulminante e insospechada irrupción nos vimos sepultadas por un arsenal de juguetes. O si la perífrasis no resulta del todo aclaratoria, a causa del traqueteo de la solfa asestada se venció la estantería ocasionando un movimiento en cadena y en un tris habíamos desmantelado casi la totalidad de la tienda.
En medio del atontamiento mirándome patidifusa mi cómplice anunciaba un ‘no preocuparse que estamos bien’. Lejos de atañer nuestra disposición a nadie de la asistencia allí presente, a partir de ese instante todo se trocó en un batiburrillo de berridos, de reprimendas, de inválidas exculpaciones, de quítatetúpallá… Compendiando, una filípica de tomo y lomo con una sugerencia a ausentarnos del local con cierto desagrado.
Ahora cada vez que es el día de hoy o transito por una juguetería me es imposible no rememorar esta correría con cariño, que no con deseo de verme en un trance similar. Por consiguiente, razón por la que siempre compruebo las infraestructuras del establecimiento por si se originase una contingencia y he de confesarle, querida mía, que más de un tenderete desmontamos sin necesidad de una percha.
»UG TANANG UBAN PA, Enero 2015 (editado)