Un portazo. Como un portazo en mitad de la siesta que te sobresalta legando un vacío denso y raro que no logras soltar durante horas o días sintiéndote, así, como muy ajeno a todo. Pues esa misma sensación me ha retraído el examinar esa fotografía y, pese a que pretendiera dedicar todo mi afán a ello, me es imposible argüir el porqué.
Especialmente nada a destacar; un puñado de instantáneas de una escapada a cualquier punto del planeta detalladas por las fascinantes historietas de sus protagonistas que deleitan la velada. Y esa en concreto, tan solo revela un espectacular mural que engalana una de las calles más turísticas de la ciudad; parecida a una pintura en la misma pared que capté años ha con una cámara prestada y que sin fundamento manifiesto ahora me enmudece. Sin concluir la montonera de imágenes, he vuelvo a empezar desde el principio para observarlas eludiendo a la presteza y evocando idéntica expedición justo en aquel mismo punto del planeta haciéndoseme desagradablemente chocante el contemplarlas y no encontrarme como si de repente de manera sorprendente me acabaran de desvalijar mi viaje. Algo que jamás había experimentado y bastante absurdo, he de admitir.
Tampoco sabría disipar qué ha motivado la denegación de mis paseos por aquellos emplazamientos, igual, no eternizándose en demasía ideando cómo largarme de allí lo más ligero posible. Pero, inevitablemente, tengo esa maldita sensación que no consigo sacudirme de encima y desde aquel instante no ceso de preguntarme si es esto mismo lo que sentiré el día en que asiente mis huesos en esa habitación que tan bien conozco como si de la palma de mi mano se tratase y en la que nunca antes he estado.