Empleo las palabras que me has enseñado. Si no significan nada, enséñame otras. O deja que me calle” —S. Dalí
Cajones que abren el alma del ser humano y lo sacan hacia fuera. Una gaveta de indeterminados compartimentos, independientes, que arman y articulan mi ser el que destapo, expongo, enmudezco a mi capricho o voluntad.
Escriños que acomodan todos los pedazos de mi existencia, que los amontona y compagina por su naturaleza sin mezclar, sin inmiscuirse los unos con los otros porque no es necesario ser sabedor de toda nuestra integridad.
Sin preguntas, ni límites, ni exigencias. Una única condición, dejar ser.
Quien conoce mi descuido no tiene por qué conocer mi esmero, ni quien conoce mi descuido y mi esmero tiene por qué conocer mi yo absoluto. Siendo cierto en todo momento porque no es este o aquel sino el hecho mismo de ser, la fuerza encadenante de ti mismo sin mentir ni a nadie ni a uno mismo, sobre todo, a uno mismo.
Cambio con el tiempo, crezco y hallo nuevas vías de expresarme. Repudio las cosas tal y como me son dadas. Animal que destroza lo que no entiende con la singular habilidad de desaparecer.
Me explico entre silencios, es necesario el descanso de la palabra.
Me avala mi sonrisa y solo ansío un sueño que acaricio a cada instante, vivir en paz conmigo porque soy mi único enemigo.
Me cobijo en mi soledad, la que en un descuido exhibí aliándose a esta extraña nostalgia de alguien a quien nunca he conocido.
Me reservo mi tristeza, mi enojo, mi parte más maldita, más cruel, más perversa… mis miserias. Bastante fatigoso me resulta sufrirme a mí misma como para castigar a nadie con semejante penitencia.
Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre, eso es lo que realmente somos.
Solo yo sé lo que para mí es esencial, lo que apremia mi actuar y lamento tanta falta de cordura, pero el que no lo entienda no significa que no la tenga porque como canta aquel ‘qué sabe nadie’.
»UG TANANG UBAN PA, Enero 2015