El equilibrio informal prescinde de la simetría y se obtiene contrastando los pesos visuales de los elementos, buscando diferentes densidades, tanto formales como cromáticas, que nos permite armonizar visualmente dentro de una asimetría intencionada. Y en eso andaba enfrascada cuando me dispuse a agenciar la luminaria para la estancia del hogar destinada al yacimiento propio.
Tras mucho rebuscar por el establecimiento y no sin antes desatender al porfiado dependiente obstinado en que adquiriera el lote completo como es lo acostumbrado, finalmente, opté por una de diseño sobrio para el techo junto con otra de idéntico estilo para la mesilla izquierda; unas piezas únicas con las que daría término a la pragmática decoración de mi alcoba dotándola de cierta calidez.
Por azares de la vida, considerables años después y casi, se podría decir que, de manera involuntaria reaparecí por aquella tienda. En un intento de distracción en mi espera, sin pretensión de comprar revoloteé con desgana por las novedades expuestas acertando a encontrar en un recoveco el aplique que, supuestamente, debía completar mi mesilla derecha. El vendedor vislumbrando un errado interés por mi parte, raudo y veloz, me asedia hasta el hartazgo para que me la lleve, ya que se trata de una pieza exclusiva descatalogada cuyo precio es irrisorio debido a que una cliente de belleza insultante con un gusto exquisito no consintió la tasación del juego integro en su tiempo fruto de su juventud e inexperiencia desamparándola huérfana a su abandono. Quizás, no se transcribe textualmente la exposición del comerciante anteriormente narrada, reseña que no altera para nada la sucesión de los hechos, pero que en definitiva me sorprendo contrariada haciendo efectivo el pago de la maldita pieza.
Con un rebote de narices, me voy calentando por momentos dentro de mi automóvil sin saber qué hacer con un objeto que no necesito cuando, para mi fascinación, reaparecer el susodicho truhán rumbo a su utilitario con la voluntad de dar remate a su jornada laboral. Sin cabida a vacilaciones enfilo tras él con la audacia de no ser descubierta. Una vez que el trayecto ha llegando a su destino y el sujeto en cuestión se encamina hacia lo que deduzco puede ser su domicilio, sin apagar el motor me apeo con aplomo y le lanzó con todas mis fuerzas la lámpara estampándola contra una ventana haciéndose ambas añicos. Es tal el estruendo ocasionando que se tira al suelo para cubrirse y con un grito histérico informa al vecindario que están siendo bombardeados. Con determinación, retomo mi conducción para salir por patas de allí y al pasar por la zona cero, aminoro la marcha, bajo la ventanilla y cuando lo tengo a tiro, pausadamente, le recalco: ‘Asimetría intencionada, ¡mequetrefe!’