Todos los días, sin discriminación alguna, a la hora puntual concertada me siento frente al aparato telefónico, descuelgo el auricular alojándolo próximo al oído, marco un número de carambola y cuando al fin obtengo réplica desde el otro lado del dispositivo, tras una escueta pausa, de forma clara y concisa pregunto: «¿retorna las fiambreras que no son de su pertenencia a su legítimo propietario?»
Bien conjeturará si coincide con que las innumerables respuesta a tal interpelación han sido dispares y variopintas. Desde la más correcta cortesía hasta la más compresible ruda tosquedad y que en el conjunto de su totalidad se desarrollaron antagónicamente a una conversación prolongada siendo cortadas con la disposición del receptor a su postura original por una de las partes sin proporcionarme una resolución esclarecedora.
Precisamente con la llamada perteneciente a la jornada vigente, para mi sorpresa, he obtenido contestación. Una negativa que ha estimulado en mi organismo la pérdida del habla entre mis cuerdas vocales en un dilatado transcurso de tiempo.
—Disculpe, ¿sigue ahí?
—Sí, sí, sigo aquí.
—¿Y bien?
—¿Sabe que existe una relación directa entre los perseverantes en este desmán con la célebre praxis de sumergir el índice diestro en una bebida para comprobar la temperatura de la misma?
—Sí, lo sé.
—¿Y aún así nunca las retorna?
—Ya le he dicho que no.
—¿Y se puede saber qué demonios hace con ellas?
—En eso no pienso ayudarle.
—¿Por qué?
—Porque eso lo averiguará sola. No tenga prisa, la espero.
Y eso es todo. Una única llamada todos los días a la hora puntual concertada.
¿Habrá un mercado negro de fiambreras no retornadas?, ¿las guardan en un rincón de un armario donde pone “no devolver”?, ¿existe una relación directa entre estos y los que chupan la cucharilla después de remover el café?, y ¿con los que no colocan los vasos en los posavasos, que deben de pensar que son objetos de adornos no identificados?…
Por cierto, la fiambrera que me diste con tu riquísima lasaña la tengo para devolvértela… no te pongas así, Cati, que no me olvido.
Queridísima Moski, hállome en plena pesquisa pero por el momento, nada de nada. Ahora eso sí, hágame el favor de no mezclar que no ha ideado Nuestro Señor Dios ser más indigno que esos ladronzuelos de tarteras que, dicho sea de paso, conservo la más pura esperanza que al consumar el fin de sus días dichos elementos prenderán en el mismito averno. He dicho.