Desmesurado sufrimiento por un exceso cuidado del ego que enferma entre cometidos pretenciosos, responsabilidades postizas, imposiciones superficiales veneradas por un mundo que se devora a sí mismo diestro en el precio de todo y en el valor de nada.
En mi caso, un desencanto apático que palpita sin rumbo, ni objetivos, ni ambiciones a excepción de verme a solas con el tiempo y habiendo visto lo suficiente como para no olvidar el sabor de lo verdadero. No hay nada de trágico en ello, sé quién no soy y a eso me ciño. Francamente, no me hace falta más.
Por lo que si se encuentra leyendo estas letras igual deba advertirle que carezco del más mínimo interés. Si aún así, prosigue leyendo, déjeme decirle que si alguna praxis sostengo es la simplicidad que hace de este mundo una realidad algo más apetecible. Que a pesar de no obtener cobertura, acallarla por ineludibles necesidades vacuas, arrinconarla por esa patraña que nos presentan como verdad categórica, afortunadamente, no es lo que hay porque la vida no es así.
Esta es mi quimera. Un asilo donde no hay cabida a la moralidad, donde decir hasta más ver a lo correcto, donde dar salida a la vida absurda, la vida breve, la vida aparcada de los sueños más profundos.
Si todavía no le empujé al más insoportable sopor, le animo a que me acompañe y, quizá, hasta logremos distraernos.