la vigilia

Hay noches como esta en las que el amanecer me pilla despierto asomado a las ventanas de la alta madrugada empapado de pensamientos carentes e imprecisos y con náuseas me revuelco entre sábanas sucias de miedo y de desespero y a minúsculos ratos me adormezco engarzando absurdos disparates con mis más locos deseos para luego, una vez despierto, nunca recordar lo que sueño.

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[039]

Últimamente, con cierta asiduidad, me obligo a recordar la historia de los dieciséis supervivientes de la tragedia de los Andes; no tanto por aquello de que el famoso lema del ‘no aguanto más’ es una gran mentira porque cuando uno realmente no aguanta más es cuando muere sino por aquello que más impacto me ocasionó al leer en su día la totalidad de los testimonios que abreviaban la máxima dureza de lo vivido en lo que les supuso comprobar cómo les habían dado por muertos, les habían llorado el duelo pero aún así la vida, lejos de echar el freno, continuó sin ellos.

Y aún así, inepta de mí, acostumbro a que todo me parezca ilimitado.

[038]

A medida que apuro el deshojar de mi natalicio, casi sin empeño, rehuso la veteranía impregnada de lamentaciones, resentimientos o recriminaciones que murieron en algún desconocido lugar a medio camino entre mis entrañas y el olvido porque nunca, jamás, pensé en mí misma bregando silente con la única salvedad de ocuparme de mi persona en el esfuerzo de ser más libre día a día.

Quizás por ello, siempre hállome tranquila.

[037]

Qué de bueno hay en arrastrarte hasta el rebajamiento de los confines de tu temple de manera deliberada con afilados requiebros golpeando donde más te duele, estrujando vilmente sin clemencia tus debilidades en busca de una provocación para apaciguar esta rabia desvelada de lo que entiendo que de mí desprecias y el verbo que manejo se pervierte en malsana querencia.

Dime, qué de bueno hay en esto.

[036]

Anoto mis anodinas ideas como buenamente me las arreglo armándolas con talante torpe y ganso, sin embargo, el apoteósico delirio por ingeniar que atropelladamente me domina no me deja un minuto de descanso.

Y a veces, es tan cruel dotándome de un extenuado saber que siempre seré un extraño sin hogar, sin esperanza. Siempre un vagabundo, un poco enamorado de mi propia soledad.