la fiesta de la insignificancia

Milan Kundera

 

La insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia. Está con nosotros en todas partes y en todo momento. Está presente incluso cuando no se la quiere ver: en el horror, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Se necesita con frecuencia mucho valor para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata tan solo de reconocerla, hay que amar la insignificancia, hay que aprender a amarla. Aquí en este parte, ante nosotros, mira, amigo mío, está presente con toda su evidencia, toda su inocencia, toda su belleza. Sí, su belleza. Como has dicho tú mismo: la animación es perfecta, y totalmente inútil, los niños que ríen, sin saber por qué, ¿acaso no es hermoso? Respira, D’Ardelo amigo mío, respira esta insignificancia que nos rodea, es la clave de la sabiduría, es la clave del buen humor.

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Qué poquito tormento origina el proporcionar evidencia al desagrado, al fastidio, al incordio e, inclusive, a la irritación de la errónea conducta en el proceder de todos y cada uno de aquellos afines que se emperran en el hostigamiento inoportuno de acompasar nuestros días y cómo de manera incomprensible se atora enmudeciéndose en lo recóndito de los deseos más íntimos algo tan sincero a la par que sublime como un: ‘oye tú, ni te figuras lo mucho que me gustas’.

Irrefutablemente, el ser humano es un detestable cretino.

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En el mecimiento de los años arranco a entender que no solo se avejenta el lustre de mi pellejo sino que conexo a esos andrajos que insisto precariamente en denominar alma se van descorchando esos precipicios ocultos bajo falsas ilusiones en el sentir. Es entonces cuando todo comienza a parecer lo que es; una vieja deteriorada pensión erigida inmóvil al resguardo del devenir de vidas anónimas sin registrar ninguna en particular y a ratos me encantaría emprender esa absurda carrera contra el tiempo olvidando que, como siempre, voy a deshora.

Resulta me perdí todo el interés negando hasta mi propio nombre y, entretanto, garabateo bagatelas para ver si aprendo a soportarme para que así algún día, quizás, también logre perdonarme.

Qué sé yo.

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Siete.

Breve introducción a la serenidad de mi caos.

Siete.

Envidia, gula, ira, lujuria, pereza, soberbia y la avaricia de ambicionarlos todos.

Siete.

Y esta es mi avaricia, la que no se resigna y no se sacrifica. Esta es mi avaricia la que da origen a mis otros muchos pecados sin ser nunca escarmentados.

Perdóname, padre, porque he pecado contra todo y ante mí; ya no soy digna de hallar liberación hasta que mis huesos den al traste con el fuego eterno y mientras tanto vuelta a este auténtico infierno a seguir fingiendo obstinada en perseverar en el lado de lo clandestino.

»Moonlight sonata improvisación