La única belleza que no se marchita nunca con el tiempo es la elegancia y para muestra, yo. No solo por el derroche a raudales de buen gusto y estilo exuberante que me caracteriza sino porque además estoy estupenda. Y no es por nada e igual está mal que yo misma lo diga, pero debería ser delito mantenerse tan atractiva especialmente a mi edad que, vale, mi buen sacrificio me supone pero de siempre he tenido claro la gran máxima que aplico en todos los ámbitos de mi vida: ser la mejor versión de mí misma. No cuesta nada.
Todas las mañanas, por ejemplo, al salir de casa hacia el trabajo cuando me cruzo con el barrendero le doy los buenos días adornados de mi preciosa sonrisa con la que le alegro el día. No cuesta nada.
Donde compro el pan desde hace años, al tendero le hablo del tiempo o le pregunto por su hijo o le alabo la exquisitez de su mercancía. No cuesta nada.
Cuando voy a una cafetería en la quedada semanal de amigas o a hacer algún papeleo que tanto odio, no sé, pues al que me atiende le llamo por su nombre, le gasto una broma que venga al caso o, simplemente, me basta sonreír como si fuese lo mejor del día. No cuesta nada.
Si es que complacer, tratar bien y hacer feliz no cuesta nada y te sienta bien. Como justo en este mismo momento que estoy en el supermercado; pues me pongo en la cola del cajero menos agraciado que el pobre tiene una cara de cansado con esas ojeras que da miedo verle pasando los productos con la mirada perdida en el vacío. ¡Qué lastima! Cuando me toque le ayudo a colocar la compra en las bolsas y le diré alguna tontería o no, mejor aún, le diré algún piropo coquetón. No cuesta nada y míralo que feliz se queda el chico. ¡Ains, los jóvenes de ahora con lo poquito que se contentan!
—¡¿Truhán ligando con las clientas?! No sabía que te dabas tan buena mano con las maduritas.
—¡Calla, idiota, que te va a oír!
—Sí, sí… y parecía tonto cuando lo compramos.
—Pero qué dices desalmado que no respetas nada tío, ni tan siquiera a una pobre vieja infeliz creyéndose aún en edad de merecer. ¡Joder! Un poco de compasión con nuestros mayores, coño, qué no cuesta nada.