De más está indicar que ni es el lugar ni la ocasión para esto y, muchísimo menos, te voy a admitir ninguna clase de reproche al respecto por muy conveniente que estime tu caprichoso antojo al deleitarme con esa pregunta capciosa además de innecesariamente impertinente ya que algo de competencia por tu parte habrá correspondido en esta relación, vamos, digo yo.
Pero ya que te has atrevido a cuestionarme, igual te apetece escuchar las innumerables renuncias que he sustentado para abastecer a las constantes exigencias de cada una de tus necesidades en cada uno de todos los momentos que has precisado, además, con dedicación completa al desempeño. Jamás te ha faltado de nada por parte de mi atención, hasta matizaría que has disfrutado acomodadamente en demasía por lo que no entiendo ninguna queja admisible; como tampoco voy a hacer míos tus equívocos, tus disparates o tu mala cabeza empecinada en rechazar mi parecer porque no olvides nunca que el único autor de las acciones concernientes a uno mismo es, justamente, uno mismo. Así que no culpabilices a otro responsable más que a ti. Estás muy talludita para ser conocedora de todo esto que te hablo, ¿no crees? Y si bien es cierto que alguna vez pequé de ser excesivamente estricta o severa, incluso, duramente crítica fue siempre por tu beneficio librándote de ser frágil y débil en el beneplácito de la carencia de nadie que no seas tú. No dudes que he dado la vida por ti para que seas lo que hoy eres y si silenciaste algún pesar fue porque así lo quisiste vetándome a ser partícipe de ello. Quizás, no supe hacerlo mejor.
Ni tan siquiera era esa la cuestión.
Dime qué es lo que quieres oír realmente.
¿Sí o no?
No es tan sencillo como procuras evidenciar. Eran otros tiempos, otra educación, otra manera de hacer las cosas.
Claro. No te importuno más. Gracias, mamá, gracias por todo.