Me despierta un fuerte dolor de cabeza. Me revuelvo e intento acomodarme pero todo mi cuerpo se aqueja dolorido, entumecido. Yazco sobre el frío suelo sin más cobijo que el escaso atuendo que cubre mi yerta figura y en entremedio de lo que más probable sean mis vómitos.
¿Dónde estoy?
A duras penas me incorporo y entreabro los ojos a una inmensa oscuridad. Aguardo unos minutos a que la vista se me adapten a la mermada luz que pelea por colarse a través de las pequeñas ranuras de la persiana.
¿Qué hora será? Seguro que ya ha amanecido. ¡Dios, maldito dolor de cabeza!
Una sed intensa me sugiere que tal vez me pasé con las copas de ayer durante el partido. Hago memoria, imprecisas y enredadas intermitencias me asaltan atropelladamente. Menuda juerga. Pero no recuerdo cómo llegué a casa.
Espera, ¿qué coño está pasando? ¿dónde estoy?
Aturdido examino el habitáculo en el que me encuentro. Me resulta vagamente familiar pero no creo haber estado nunca aquí antes. Distingo la silueta de dos aparatos eléctricos delimitados por estantes colmados de productos de limpieza y en un rincón se apila un caótico bulto de trapos.
No se oye nada. Ningún ruido, casi se podría decir que reina un silencio sepulcral sino fuera interrumpido a ratos por mi entrecortada fatiga. Percibo una agradable fragancia. El olor, este olor sí me es conocido, muy conocido.
De nuevo paseo mi mirada por la estancia pero esta vez más minuciosamente. Rastreo en busca de algo, cualquier cosa que me indique dónde me hallo. Y ahí está, un objeto que desentona con todo lo que me rodea.
Me levanto con las pocas fuerzas que consigo reunir y me arrastro hasta lo que ha llamado mi atención. Sobre el plúteo cuidadosamente colocado, descubro mi viejo walkman de la adolescencia acompañado de una nota que reza: “Play me”.
¿Cómo demonios ha llegado esto aquí? ¿Qué cojones significa todo esto?
Hesito un instante antes de emprender un lento recorrido con mis dedos por el anticuado artilugio, el que hace años abandoné en algún cajón junto con un puñado de sueños y olvidé las horas de compañía a golpe de los acordes de grupos que rara vez ahora escucho.
Repentinamente se apodera de mí una extraña sensación de pánico y añoranza, aunque reconozco cierto dejo sinsabor con el que me he acomodado a vivir desde hace sobrado tiempo. No lo pienso más y en un último esfuerzo acciono el botón del dispositivo como me ordena la nota.
Carraspea un estruendo y al compás del casi inaudible crujido de la cinta al correr, se antepone una voz familiar:
Hora de despertar, honey.
Supongo que te preguntarás dónde estás. Te diré dónde puede ser. Quizá estés en la habitación de esa puerta por la que pasas diariamente y en la que nunca te has dignado a entrar. La habitación en la que por arte de magia aparece, se lava y se plancha esa ropa que ensucias sin pudor. Hasta ahora simplemente esperabas a que alguien lo hiciera por ti, sin cuestionar cómo se muestra todo en perfecto orden cada vez que abres tus armarios.
¿Qué ves cuando me miras? A la persona con la que te aventuraste a compartir tu vida o a la persona que apenas dedicas tiempo con la que convives y preserva tu vestuario pulcro.
Cada día y en cada ocasión te gusta ir siempre impecable, así que hoy te voy a dar la oportunidad de enfrentarte a tu obsesión. Jugaremos a un juego. Aquí encontrarás todo lo necesario para lavar y planchar las prendas con las que te has ataviado a lo largo de los días de la última semana. Si lo cumples correctamente la puerta se abrirá y tendremos otra oportunidad. Si por el contrario decides no jugar, hay un modo de salir de aquí, si encuentras la salida te aguarda la maleta que te alejará de esta vida. Echa un vistazo alrededor, sabrás que no estoy mintiendo. Pero date prisa porque si no lo consigues antes de que finalice el día dejaré que te pudras en esta habitación. Tú decides.
¡Qué empiece el juego!
»UG TANANG UBAN PA, Mayo 2015