Hace rato que el zumbido amortigua mi respiración. No apagué el motor, ni extraje la llave mientras te busco con la mirada, ni salí del coche para cruzar la puerta de entrada al edificio con evidente desagrado que desencadena en mí tu existencia como tantas miles de veces que, forzosamente, me dejo caer por aquí.
Entretanto brindas tus servicios a todo aquel que arriesgue a adquirirlos pienso el porqué, sin conocernos, desde el primer instante que coincidimos no te soporto. Te fulminé con la inspección más repulsiva de la que soy capaz aunado a mis más parcos modales deteniéndote con una incuestionable negación. Me detestas y desde entonces siempre es así, sin disfrazar la animadversión recíproca que nos provocamos.
Me aferro al volante y medito sobre cómo frecuentemente departimos acerca del deslumbramiento de conexionar con un desconocido de manera sorprendente, sin embargo, exiguas ocasiones exteriorizamos la apetencia de asestar a un desconocido un golpe seco de los que no arrancas ni a llorar, un golpe de los que das con la nuca en los talones, un golpe como el que te atizaba ahora mismo a ti con la exclusiva motivación de despreciarte porque sí.
Te examino con curiosidad sin discernir el fundamento de tu ocupación, es decir, no evidencias necesitarlo. Cierto es que por tu aspecto podría decirse que atesoras sobradas zurras pueriles donándote un poso atontado, pero aún así no sabría determinar con justeza la discapacidad originaria de tu afiliación al gremio de expendedores de cupones estatal. No sé, pero ahí estás con la compraventa en plena magnificencia.
Finalmente adviertes mi presencia. Encañonas tu atención directamente a mis agotadas pupilas a medida que te dispones frente a mí y así se sucede incontable transcurso en el que hago una rauda batida a una semana de mierda, a una subsistencia de mierda a la vez que me sorprendo espoleando el acelerador.
No te inmutas. Me premias con un gesto implorante a la vez que persevero espoleando el acelerador.
No te inmutas. Igual hoy la fortuna nos sonría y al fin saboreemos la ilusión de todos los días.
¡¡¡Vroom, vroom!!!
Precioso… ya estás tardando en poner el botón de compartir…
La omisión del citado botón es deliberada, al menos, por el momento. No obstante, muchas gracias por comentar.